Tal y como explico en el apartado de «Sobre mí», Sergey Fatkulin fue el maestro que me ayudó a enamorarme de la pedagogía del violín.
A pesar de que siempre he sentido una motivación muy grande por el violín, antes de conocer al maestro Fatkulin pensaba que, para poder tocar bien, había que estar concentrada en una postura determinada, que sólo una era la correcta y que sólo podía saberla si el profesor me la indicaba, que la clave para poder tocar un pasaje que me resultaba complicado residía en que el profesor me indicara cómo tenía que poner un dedo en el diapasón, que para dejar de tener dolores en alguno de mis músculos lo único que tenía que hacer era relajarlos y que lo más importante era la repetición: repetir, repetir y repetir hasta que saliera el pasaje.